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3 abril 2016 7 03 /04 /abril /2016 14:50
LA ANDECHA, INSTITUCIÓN FORAL CONSUETUDINARIA ASTURIANA DE APOYO MUTUO Y SOLIDARIDAD COMUNITARIA

Fonte: Círculo Tradicionalista Pedro Menéndez de Avilés

LA ANDECHA, INSTITUCIÓN FORAL CONSUETUDINARIA ASTURIANA DE APOYO MUTUO Y SOLIDARIDAD COMUNITARIA

La Andecha es un ejemplo típico de Institución foral del Derecho consuetudinario asturiano. Una de tantas instituciones genuinamente tradicionales que el Carlismo intentará conservar, recuperar y relanzar en todo su esplendor.

El término andecha deriva del vocablo latino indicere (anunciar) –se «llama a andecha»- y consiste en un trabajo personal, voluntario y gratuito que se ajusta al esquema de la reciprocidad equilibrada: «Hoy por ti, mañana por mí». La andecha se inscribe por ello dentro de los trabajos que el derecho laboral denomina amistosos, benévolos y de buena vecindad.

La mano de obra de la andecha es reclutada atendiendo a lazos familiares, de amistad o vecindad, para hacer frente a los habituales trabajos del ciclo agrícola que resultan más acuciantes y a aquellas tareas que son particularmente gravosas para las familias del pueblo que atraviesan circunstancias especiales como viudedad, enfermedad o similares. La andecha también se convoca para ayudar en el acarreo de materiales en la construcción o reparación de un edificio.

Desde el punto de vista jurídico, se puede definir la andecha como «la ayuda recíproca, voluntaria y gratuita que se prestan los vecinos de un pueblo o pueblos limítrofes para hacer frente a determinados trabajos que son acuciantes, resultan muy laboriosos o exceden las posibilidades de la familia campesina, a cuyo fin la casa beneficiaria convoca o «llama a andecha» a las casas vecinas para que envíen, según sus posibilidades, uno o más representantes».

En Asturias esta figura también recibe los nombres de andeicha, andeilga, andelga, endecha, endeicha y obreiriza.


Como ya hemos dicho líneas atrás, la andecha se ajusta al esquema de la reciprocidad equilibrada y sólo funciona en un contexto de igualdad socioeconómica.

La casa beneficiaria de la andecha está obligada, en la medida de sus posibilidades, a devolver el favor a quienes la ayudaron, así como a ofrecerles desayuno, comida, merienda o cena, dependiendo del horario de las labores que se desarrollen.

Tradicionalmente , la andecha estaba formada por una hilera de personas que debían seguir cierto orden en su avance, aunque, por rivalidad, alguna se apresurara para ser la primera en llegar al final de la heredad, una vez rematado el trabajo.

Esta persona, al terminar, levantaba sus últimas espigas y gritaba, manifestando así, ostentosa, su triunfo, que en ocasiones se recompensaba con la cuayada –leche cuajada servida en hojas de higuera-, y que también se daba a los demás.

Malhaya sea la cuayada
que comen los coyedores,
nin cantaron nin bailaron,
nin llenaron los
macones.

Hoy en día, la andecha está en franca decadencia, conservándose sólo en un restringido ámbito familiar, aunque se pretende recuperar en algunas zonas de Asturias de cara, sobre todo, al cultivo de la escanda.

En la actualidad, no obstante, se reivindica el espíritu cooperativo de la andecha como base esencial sobre la que se ha de levantar el campo asturiano: una andecha actualizada, con suficiente mecanización, que es lo que los modernos economistas denominan «agricultura de grupo».

El rasgo juridificador de la andecha viene determinado porque ninguno de los participantes en la misma, excepto sus beneficiarios, adquiere derecho alguno sobre los productos del trabajo en común.

Los beneficiarios de la andecha, en virtud del principio de reciprocidad, quedan obligados a devolver el favor cuando se les requiera para ello. En caso de no hacerlo, no reciben sanción jurídica, pero sí un reproche moral que implica su exclusión del circuito de la andecha.

Similar concepto existe en la cultura vasca, bajo el nombre de auzolan y en la valenciana, con el nombre de tornallom.

(Cuadro: De andecha, 1925, de Paulino Vicente)

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22 marzo 2015 7 22 /03 /marzo /2015 12:52
Regionalismo y separatismo

Escrito por Juan Vázquez de Mella

A propósito del movimiento de Solidaridad que se difunde cada vez más por todas las regiones y empieza a resonar con acentos vibrantes en Valencia y en Galicia, y la de las justas protestas con que Vizcaya se yergue contra el bárbaro centralismo que adula a la muchedumbre obrera, arrojada por obra de la economía liberal en el mercado de la concurrencia, mientras, por otro lado, atenta contra su riqueza y su industria no repuesta de la crisis reciente, algunos periódicos vuelven a hablar del regionalismo con esa frivolidad que parece característica de la que llaman gran prensa.

Todos los que escriben contra el sistema tienen una particularidad: la de inventar otro regionalismo para poder combatir el verdadero.

Es lo que hacen los impíos con la Iglesia: inventan un catolicismo que es una colección de herejías, y le atacan con furia, haciendo creer a la multitud estulta que el desfigurado y auténtico son una misma doctrina.

Confunden, por ignorancia o por hipocresía, el regionalismo con el separatismo, y sacan a reducir estos supremos recursos retóricos, que en labios de los liberales son dos sarcasmos: la unidad nacional y la integridad de la Patria.

La unidad nacional en España la formaron la Iglesia y la Monarquía tradicional, que representan las dos grandes unidades, interna y externa, que han originado, sin amasarlas ni confundirlas, la federación de las regiones que constituyen la patria común.

La unidad nacional estaba fundada sobre la unidad de creencias, que producía la de los sentimientos, costumbres y aspiraciones fundamentales, dejando ancho cauce a una opulenta variedad que se desarrollaba sobre ellas como una vegetación espléndida.

¿Y que hicieron con esa unidad los centralistas del liberalismo? El absolutismo de Gabinete, la oligarquía parlamentaria, rompió la unidad de creencias, separó a los españoles por abismos de ideas contradictorias y por ríos de odio. Separó lo que estaba unido. Estableció el divorcio donde brillaba la unión indisoluble.

Pero, en cambio, mientras se rompía todo el vínculo religioso y moral, se apretaba con cadenas y grilletes a todas las personas colectivas sujetándolas con cadenas administrativas y económicas al carro del Estado omnipotente.

Centralización administrativa, centralización económica, centralización militar, centralización docente, centralización legislativa, y, como expresión de todas las tiranías, una burocracia que tiene por cabeza a unas tertulias de sultanes que nos gobiernan a la otomana...

La universidad y la escuela, dilataciones de la familia, y que en la patria potestad, delegada para la enseñanza en el maestro, tienen su origen, dependen de cualquier Jimeno que los mismo propaga los microbios de Ferrán por los pueblos, que el bacilo laico en los hogares. La constitución de la familia, anterior a la existencia del Estado nacional que depende de ella, y no ella del Estado, queda entregada al arbitrio de cualquier Romanones, que puede hollar el derecho natural y el canónico y hasta el civil que establece el Código, en el preámbulo de una circular modelo de estulticia progresista.

El municipio, la provincia y la región, no se pueden administrar ni regir en su vida interior sin imposiciones extrañas, sino que dependen de cualquier Poncio amovible a voluntad de un Ministro de la Gobernación; y el capital y la industria y la paz social de las ciudades más florecientes de España dependen de la impertinencias de un Dávila, el hombre en cuya cabeza las ideas, si llegan a penetrar, mueren como los pájaros en la máquina neumática por falta de oxígeno.

¡Esa unidad de caciquismo, expedientes y engrudo es la unidad nacional que nos han dejado los liberales!

Ese Estado que tiene la unidad de sus atribuciones robadas a la sociedad y a la Iglesia es la potestad civil de que hablan a todas horas nuestros anticlericales, la que hay que levantar contra la doble jerarquía eclesiástica y su vértice supremo el Pontificado, para que caiga como inmenso mandoble sobre las creencias cristianas, porque es ya lo único que le queda por aplastar.

¿Y la integridad de la Patria? Las Cortes de Bayona de Pepe Botella iniciaron el movimiento separatista con absurdos e inoportunos proyectos. Lo confirmaron las Cortes de Cádiz, llegando a propagarle con una especie de proclama en que se hablaba de la tiranía secular de España sobre pueblos a que había dado con monumentos legislativos toda la civilización que tenían; se completó con la obra de las logias, que prepararon los trece pronunciamientos que estallaron desde el 14 al 20, en relación con los movimientos filibusteros a que puso coronamiento la traición de Riego en Cabezas de San Juan, obligando a disolverse un ejército de treinta mil hombres preparado con grandes sacrificios para el embarque.

Se salvaron los principios liberales y se perdieron las colonias.

El Tratado de París ha sido el epitafio de la integridad de la Patria.

Y ¿qué eran Rizal, Aguinaldo, Máximo Gómez, Maceo y Quintín Banderas y los hombres del gabinetillo autonomista y sus congéneres, que vuelven a ensangrentar la Manigua?

¿Reaccionarios? ¿Tradicionalistas? Todos eran liberales, y laicistas, y francmasones, apuntados con tres puntos en los registros de Morayta y en los de Filadelfia.

Los liberales españoles no tienen derecho a hablar de la unidad nacional, que han disuelto, ni de la integridad de la Patria, que han mutilado.

Y esto debiera abrir los ojos a muchos que parece que tienen miedo a la luz, para ver que en España no hay mas separatistas que los partidos liberales.

El Estado monstruo que han fabricado con tantas rapiñas, es la enorme cuña que ha partido el territorio nacional, y ha escindido la unidad que antes imperaba, más por el amor que por la fuerza, en las regiones congregadas por la obra de los siglos en torno del mismo hogar.

Y mientras no arranquemos esa cuña, no habrá unidad nacional ni Patria española, sino un rebaño de siervos dirigidos por el látigo de los tiranuelos parlamentarios y las plumas de los rotativos.

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